LIBERTAD ABSOLUTA DE CONCIENCIA

La acacia me es conocida

 

 

Ciudad de Estocolmo Suecia

«La acacia me es conocida. La acacia simboliza el conocimiento de los secretos de los "verdaderos maestros masones", de ahí que se la identifique con la posesión efectiva de la maestría, como bien se dice en muchos Ritos Masónico.»

La acacia es un árbol espinoso, de la famillia de las leguminosa mimosas (Acacia Dealbata).

En la Antigüedad era considerada un símbolo solar, ya que sus hojas se abren con la luz del sol del amanecer, y se cierran al ocaso; su flor imita el disco del sol. 

Hubo, además, otros árboles por los que también se sintieron vinculaciones especiales: el muérdago (entre los druidas celtas), el ramo o las palmas (en el Cristianismo), el sauce (en el taoísmo).

En la cultura hebrea, la acacia (shittah) ya se menciona en el Antiguo Testamento, con Moisés: se utilizaba para la construcción de los elementos más sagrados (Arca, Mesa, Altar), debido a sus características de imputrescibilidade. También tres de los cuatros Evangelistas la mencionan: Mateo, Marcos y Juan, relacionándola a la “coronación de Jesús”.

En la antigua Numidia su nombre era Houza (de la que se cree que procede la palabra "Huzé"). También es llamada Hoshea, palabra sagrada usada en un capítulo del REAA.

Los egipcios también la tenían como planta sagrada; es de la que habla la leyenda de Osiris.

La acacia mimosa -cuyas flores parecen pequeñas bolas de oro- está dedicada a Hermes-Mercurio; sus ramos floridos recuerdan la célebre “Rama Dorada” de los antiguos misterios.

Entre los rosacruzes, así como en algunos ritos masónicos ya desaparecidos, se enseñaba que la acacia había sido la madera utilizada en la confección de la cruz, donde Jesús fue ejecutado.

La acacia es la planta símbolo por excelencia de la Masonería. Representa la seguridad, la claridad, y también la inocencia o pureza; es símbolo de la verdadera Iniciación para una nueva vida, la resurrección para una vida futura. Su verdor perenne y la dureza incorruptible de su madera expresan, en efecto, la idea de la vida inextingible que permanentemente renace victoriosa de la muerte.

La leyenda de Hiram Abif, -la del Tercer Grado- nos cuenta que, al caer la noche, lo condujeron hacia el monte Moria, donde lo enterraron en una sepultura que habían cavado y señalado con un ramo de acacia. Cuando, extenuados, los exploradores enviados por el rey Salomón llegaron al punto de encuentro, sus semblantes desencajados sólo expresaban la inutilidad de sus esfuezos. Cayendo literalmente fatigado un Maestro intentó asirse a un ramo de acacia comprobando, para su sopresa, que el ramo se soltó de su mano, pues había sido enterrado en la tierra hacía poco tiempo removida. Ese ramo de acacia creó vida propia, creció y se transformó en el mayor símbolo del Grado de Maestro Masón.

En otra versión, los Maestros Masones que habían ido en busca de Hiram Abif encontraron un montículo de tierra, recientemente removida, que parecía cubrir un cadáver; plantaron allí un ramo de acacia para reconocer el lugar. Y en una tercera versión la acacia habría brotado del cuerpo del Maestro muerto, anunciando la resurrección de Hiram.

La acacia simboliza el conocimiento de los secretos de los "verdaderos maestros masones", de ahí que se la identifique con la posesión efectiva de la maestría, como bien se dice en muchos Ritos Masónicos.

Muchos investigadores sobre francmasonería se han interesado por el significado simbólico de la acacia.

Albert Gallatin Mackey, Bernard E. Jones o Jules Boucher, por ejemplo, resaltan que simboliza la Inocencia y la iniciación; el griego akakia también es usado para definir cualidad moral, inocencia o pureza de vida.

Del masón que ya “conoce la Acacia” se espera una conducta pura y sin mácula.

Oswald Wirth, por su parte, dice que "conocer la acacia" es poseer las nociones iniciáticas conducentes al descubrimiento del secreto de la Maestría. Para asimilar este secreto el adepto debe hacer revivir en él la muerta sabiduría.

Aldo Lavagnini comenta que "sólo los maestros conocen la acacia, reconociendo la realidad de la vida en la apariencia de la muerte, y por consiguiente sólo los maestros poseen la capacidad de vivificar otra vez el cadáver y volverlo a la plena vida".

Para René Guénon las espinas de la acacia equivalen a los "rayos luminosos"; de ahí el carácter eminentemente solar que conserva esta planta.